ALGUNAS PUNTUACIONES SOBRE LA EVAPORACIÓN DEL PADRE
_Paula Husni

En 1968, en una intervención en la Escuela Freudiana de París, Lacan menciona lo que ya en esa época denomina la evaporación del padre, situando la segregación como su cicatriz. Efectivamente, la declinación del Nombre del Padre, produce una mutación del orden simbólico que deja su marca: la segregación voluntaria, de comunidades de goce como cicatriz, como positivización del vacío de aquello que se evapora. ¿Cómo leer esas marcas en las coyunturas de la época, en la estructura familiar, en la la infancia y la adolescencia?

Si el padre en tanto ordenador, propone modos de pensar la noción de familia, también establece modos de regular su engranaje, sus lugares y da cierta idea de lo que hay que hacer para ser un hombre o una mujer; cuáles son sus signos y aquello que facilitaría el modo de nombrar la pertenencia o no a alguno de estos conjuntos. La evaporación del padre, pone en cuestión la familia tradicional y sus modos regulatorios de goce y deja entrever también, nuevas soluciones.

Voy a situar algunos efectos de estos virajes.

Un primer punto a señalar es respecto a la ley, en lo social. Tal como lo plantea E. Laurent[1], la declinación de la función paterna como representante de una ley puede ser trasladada al Estado, donde encontramos que frente a la paternidad pacificada, el problema de la autoridad se transfirió al exterior, y es el Orden social el que ahora ordena a los padres.

Es posible encontrar con esta lógica, un asidero desde donde poder leer uno de los artículos fundamentales que se establecen en la ley de identidad de género sancionada en la Argentina, sobre todo en lo que concierne a menores de edad. Como es sabido, la ley posibilita la rectificación registral (DNI) para cualquiera que así lo desee, según su identidad de género autopercibida. Encontramos en la ley una salvedad para los menores de edad, que los incluye. En este caso, no se requiere necesariamente del consentimiento materno o paterno para efectivizar el cambio registral; en el caso de que no lo tuviera, el menor podría recurrir a un abogado para que lo efectivice.

No considero posible pensar una ley con estas características, sin enmarcarla en la lógica de la declinación de la función paterna. La cara del vacío y la contracara de su cicatriz. Es eso lo que se deja ver: la ley del estado permite ordenar a los padres por sobre la voluntad respecto a sus hijos. El sujeto de derecho, en este caso, se hace portador de una ¨libre elección¨ que intenta cernir un nombre de goce por fuera del Otro primordial, sustituyendo el nombre que se le ha designado al nacer, que es siempre y por estructura sin traducción.

En segundo lugar, me interesan pensar algunas consecuencias en las particularidades de las configuraciones familiares. Sabemos que el Nombre del Padre es un recurso -entre otros- con los que se cuenta para viabilizar un deseo y signar una interdicción que pueda propiciar -en el mejor de los casos- un síntoma.

Encontramos respuestas diversas en los padres a la hora de responder frente al traumatismo que implica la confrontación, en los hijos, a la emergencia de la sexuación. En ocasiones, escuchamos un uso de la ¨libertad de elección¨ propio de la época -no sin su asidero fantasmático- que propicia una suerte de indefinición respecto al modo de nombrar la identificación sexuada, sostenida en la ilusión de que podría eludirse la marca del Otro en un hijo. La época nos brinda bastos ejemplos de esto: parejas que nombran a sus hijos/as con nombres ¨unisex¨ para que puedan elegir su sexo cuando lo crean conveniente, o la posibilidad ya existente en algunos países, de la inscripción de sexo ¨indeterminado¨ en la partida de nacimiento.

Encontramos también dificultades de signar con efecto de nominación, la irrupción de goce en el niño/a que pueda brindar un borde identificatorio que viabilice un deseo.

En el documental chileno Niños rosas, niñas azules[2], se pueden escuchar distintos testimonios de padres y madres de niños y niñas trans y las enormes dificultades con las que se encuentran a la hora de vérselas con irrupciones a nivel del cuerpo o de las identificaciones, frente a las cuales no encuentran un modo de responder. En esos casos, tomar un significante de lo social -niña o niño trans- puede operar como soporte identificatorio que arme un borde a una sexuación posible.

Frente a la imposibilidad que se presenta a la hora de hacer operativa la función paterna, Lacan sitúa, en su Seminario 21, la posibilidad operatoria de la madre en el nombrar para: ¨Ser nombrado para algo, he aquí lo que despunta en un orden que se ve efectivamente sustituir al Nombre del Padre. Salvo que aquí la madre se basta por sí sola para designar su proyecto, para efectuar su trazado, para indicar su camino (…)¨[3]

Marie Helene Brousse[4], redobla la apuesta de esta referencia lacaniana, proponiendo una nueva pareja de la madre con lo social.

Sitúo por último, lo que puede cristalizarse de estos efectos en la singularidad de la clínica. Vemos emerger cada vez más, sobre todo con adolescentes, la proliferación de significantes como oferta de la época de un goce sin pérdida, que deja muchas veces en suspenso el amarre identificatorio que permitiría localizar un síntoma.

Un joven, se nombra como agendro. En el decurso de su relato, lo que queda cernido es una incomodidad en todos sus lazos sociales, es por eso que prefiere nombrarse como agendro: fuera de género.

Una joven se nombra como bisexual. Al interrogar este significante, precisa que no le gustan ni los hombres ni las mujeres, evitando así, en el encuentro con el Otro sexo, la entrada de una pregunta respecto al propio goce.

Pansexual es el modo en que se nombra un púber para decir que le gustan todos, imposibilitando cernir uno con un rasgo singular como causa de deseo.

El prefijo trans (de transgénero) es también prolíficamente utilizado como parapeto que permitiría un deslizamiento metonímico al infinito en lo que respecta a un amarre identificatorio.

El análisis permite, en algunos casos, deconsistir esos significantes devolviéndoles su lugar de semblante para abrir la pregunta por el real que signa la sexuación. Se trata de sostener en cada caso una escucha advertida del riesgo de condensar un sentido, de amalgamar significante y significado, que no solo conlleva un aplastamiento subjetivo, sino que, como lo plantea Catherine Millet[5], da consistencia a una huida de lo sexual.

La evaporación permite siempre, seguir los rastros que deja en la superficie por la que asciende, se adhiere y deja asentar sus restos, y dibujar nuevas huellas, a veces, perdurables.

NOTAS

  1. Laurent, E., "Las nuevas inscripciones del sufrimiento en el niño". En El niño y su familia. Editorial Paidós, 2018.
  2. Brousse, M. Helene, Conferencia: "Fuera sexo: extensión del imperio materno" https://www.youtube.com/watch?v=WfBuMoSJsTo
  3. Lacan, J. Seminario ¨Les non-dupes errent¨, clase del 19 de marzo de 1974, inédito.
  4. https://www.youtube.com/watch?v=-pS5lm4Qe80
  5. https://www.lanacion.com.ar/2180901-biografiacatherine-millet-el-movimiento-metoo-es-absolutamente-antidemocra