DE LOS NIÑOS VIOLENTOS A LA VIOLENCIA EN LA INFANCIA
_Clara María Holguín

No suelo trabajar con niños en mi práctica, sin embargo, es sabido que no hay experiencia analítica sin el tratamiento de la infancia. El analizante, el que habla en un análisis, hablará de su infancia, de su mundo infantil, de papá y mamá. Hablar del parentesco, no supone solamente dar cuenta de la estructura edípica, sino, de la cristalización propia de la lengua materna, es decir, del modo singular del funcionamiento del significante (la lalengua) sobre el cuerpo, que llamamos trauma. El ser hablante, enseña Lacan, es la respuesta a ese encuentro traumático, siempre contingente y fallido, en tanto da cuenta de un real inasimilable, imposible de decir.

Hablar de niños violentos, trasciende el trabajo de los psicoanalistas que tratan niños, violentos o no, para apuntar a despejar cómo se presentifica en cada parlêtre "la pura irrupción de la pulsión de muerte -que con Lacan llamamos- un goce en lo real."[1]

Sabemos también que la violencia no es nueva, siempre existió, no obstante, constatamos un movimiento que da cuenta del ascenso del término violencia al lugar de agente dominante del discurso, al lugar del S1, donde la infancia, pero no solamente, es objeto de ella. Si bajo el régimen del Nombre del Padre, la violencia en tanto goce, podía ser capturada por el significante bajo las formas de sacrificio, castigo, entre otros, hoy, en la contemporaneidad, por efectos del progreso de la ciencia y las leyes del mercado, no contamos con la metaforización y, al contrario de sus efectos pacificantes, verificamos la fragilidad tanto del registro simbólico como del imaginario. En el lugar del padre deviene el superyó como imperativo, y la imagen en tanto que unificante -imagen que da la idea de sí mismo que permite tener un cuerpo- pierde su poder, para dar lugar a imágenes fragmentadas y explosivas. Así lo muestra de manera magistral la famosa serie

Blackmirror en su episodio Arkangel: "Se trata de una madre angustiada, temerosa de perder de vista a su hija, y que gracias a la ciencia logra verla sin límites. Hace implantar un dispositivo en el cerebro de su hija que le permite ver a través de sus ojos. Lo que la hija mira, la madre lo ve en la pantalla de una tablet. Además de recibir su mirada en la pantalla, recibe información sobre su cuerpo en cifras: nivel de cortisol (un marcador de stress), nivel de dopamina, etc. La madre se convierte en el ojo desde donde ella observa el mundo. Vigila y controla, pixelando toda imagen en aras de un bien. Proteger como un ángel guardián que custodia en todo momento para evitar el encuentro con lo traumático: sufrimiento, violencia, sexualidad, etc. Todo lo que ve es real"[2].

No hay ficción aquí, el intento funesto de la ciencia de controlar el trauma y hacer existir la relación sexual, tiene efectos devastadores. Frente al ojo absoluto y a modo de retorno de lo real, se evidencian actos que podríamos llamar violentos, el empuje superyoico a ver y hacer todo (drogas, pornografía, etc.) que muestra la desregulación y la fragmentación, así como actuaciones que dan cuenta de la manera en que el sujeto queda reducido al lugar del objeto para el Otro, producto del Gadget.

Sin embargo, y a pesar del esfuerzo del progreso de la ciencia, lo simbólico no alcanza a cifrar lo real La inminencia de la pérdida de un embarazo hace aparecer el cuerpo del sujeto, ahora adolescente. La madre, advertida del encuentro sexual de su hija a través de la pantalla, introduce en los suplementos alimenticios la píldora del día después, desencadenado en el sujeto la angustia y el pasaje al acto. Maltrata a la madre y huye en un intento desesperado por forzar la separación, allí donde la madre tratará infructuosamente de reparar la tablet como intento fallido de saturar su propia angustia.

La ciencia ha cambiado la relación que se tiene con el cuerpo, traspasa la barrera de la piel e intenta hacer equivaler los hechos a la realidad: "La angustia se alimenta con el saber del organismo […] Es como si los seres parlantes cada vez necesitaran más y más información para hacer de barrera frente a la angustia, al caos orgánico".[3]

Para el Psicoanálisis, no obstante, la violencia y los golpes, no son tomados a partir de los hechos. Como señalaba MH Brousse en el marco de las pasadas Jornadas de la NEL sobre Violencias y pasiones[4] (conferencia que me servirá de referencia), la gramática de todo verbo y de toda acción en el fantasma (pegar, ser pegado y hacerse pegar), que puede ser reducida al verbo pegar o algún sustituto de éste, enseña sobre el modo de funcionamiento del significante sobre el cuerpo. La violencia del significante de la que da cuenta el axioma del fantasma, muestra cómo lo simbólico actúa sobre el cuerpo hablante, pega al cuerpo, dejando una marca como efecto de la irrupción del goce. Es la violencia que vive el cuerpo, esa que no viene del Otro, sino del goce sin sentido que hace irrupción, la que al ser encarnado en el Otro permite al goce condescender al deseo, vía el amor.

Hoy, cuando este Otro desfallece y no es posible localizar ese goce por la vía del padre y del amor –como dice MHB- se verifica la disociación entre el goce del cuerpo y el amor por el Otro y la imposibilidad de localizar ese real y, por tanto, nos vemos en la necesidad de encontrar nuevos tratamientos para esta marca. ¿Qué viene en el lugar del fantasma y del padre?

Encontramos dos soluciones aparentemente contradictorias, el Ego y la creencia. Si de un lado se trata del recurso de la imagen para hacerse un cuerpo a la medida, sin pasar por el Otro, una imagen como lugar de marca y de corte, como es el caso de los tatuajes o las escarificaciones; del otro, aparece la creencia donde se hace uso del objeto del fantasma como medio de identificación, es decir, el sujeto queda identificado al objeto del fantasma como imagen fijada, como es el caso del fantasma masoquista, donde el sujeto se identifica al lugar de víctima. Paradójicamente la creencia en el fantasma se hace mas fuerte. A esto agreguemos el intento de la ciencia de ocupar el lugar del Otro, como "ojo absoluto", como lo recordábamos a partir de la serie televisada.

Es otra la oferta que hace el psicoanálisis. Propone la posibilidad de producir en la experiencia analítica un desplazamiento, que va de la identificación a la des-identificación, y de la creencia a lo incauto. Consentir a perder el uso identificatorio del fantasma y, ser incauto de lo real, es decir, amar el sinsentido, que no es lo mismo que la in-creencia. Agreguemos, que esto solo es posible en tanto el discurso analítico va contra lo universal y la dominación; en lugar del control, permite a cada ser hablante encontrar una solución a ese traumatismo "violento", manera siempre singular como el significante "instila" el modo de hablar y se "cristaliza" para cada quien en el síntoma[5].

Los testimonios del pase, muestran las distintas maneras como el significante pega en el cuerpo e irrumpe el goce insensato: las manos atadas, la risa insensata de los padres, el no-ni-no, la agitación del mar (mer/mére), son entre otros, ejemplos de esta violencia que padece el parlêtre.

NOTAS

  1. Miller J-A. Niños violentos. https://psicoanalisislacaniano.com/ninos-violentos/
  2. Luz Adriana Mantilla y Florencia Reali. Trabajo realizado en la NEL-Bogotá , en el marco de la preparación para las próximas Jornadas de la NEL. http://x.jornadasnel.com/Boletines/011.html
  3. Brousse, MH. Cuerpos lacanianos. Editorial Universidad de Granada, 2014, p. 38
  4. Brousse, MH. Violencia y explosión de lo real. Bitácora Lacaniana. Número extraordinario. Grama Ediciones, Buenos Aires, 2017, pág. 24.
  5. Lacan, J. Conferencia en Ginebra sobre el Síntoma. Intervenciones y textos 2. Buenos Aires, Manantial. Pág. 123 y 124.